La tierra nueva de Tlatelolco

Paulina Cornejo Moreno-Valle und Gonzalo Ortega, 2010

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Aproximadamente un tercio de la basura que generamos en casa consiste en residuos orgánicos, mismos que deberían ser reintegrados al ciclo natural (humus – crecimiento – alimentación – decaimiento – humus). La comprensión, apoyo y utilización de este proceso está predestinada a agudizar nuestra conciencia en relación con la basura, las calles, la ciudad y el mundo.

Nuestro planeta está cubierto por una delgada capa de 20 a 30 cm de tierra fértil, misma que requiere mucho tiempo para regenerarse y que, a pesar de esto, permite que crezca la totalidad de la alimentación de seres humanos y animales. El suelo está vivo, y junto con el aire y el agua conforman los elementos fundamentales para la vida. En un puñado de tierra existen más microorganismos que humanos sobre el planeta. Estos billones de seres contribuyen a un proceso de transformación basado en el intercambio de substancias y generan nuevo humus a partir de desechos orgánicos.

El ciclo aquí mencionado funciona en la naturaleza totalmente por sí solo. Ejemplo de esto son los bosques, que reciclan sus propios desechos sin la ayuda de los seres humanos. Nosotros en cambio debemos reintegrar nuestros residuos a este sistema y generar las condiciones adecuadas para que la naturaleza se encargue del resto. Este proceso recibe el nombre de compostaje.

Hacer compost es un reciclaje perfecto que puede funcionar en cualquier lugar del mundo, y la ciudad de México no es la excepción. La gran cualidad del compostaje es que no se trata de un proceso técnico, sino de una colaboración interdisciplinaria natural entre hombres, animales pequeños, hongos, bacterias, aire y agua. La comprensión del compostaje y su adecuada utilización elimina no únicamente la basura orgánica, sino que además nos ayuda a tomar conciencia sobre los residuos que generamos, la explotación de recursos y la afectación que esto ocasiona al mundo. Nos sitúa como seres humanos en medio de un gran ciclo basado en la gestación y la extinción.

Ésta es la idea fundamental de Thomas Stricker para su participación en el proyecto Residual. Su propuesta, titulada La tierra nueva de Tlatelolco, es un modelo replicable y descentralizado para una planta de compostaje autónoma, en la que los vecinos e interesados de la zona pueden procesar los residuos orgánicos que generan.

El compost como escultura social invisible.
La planta de compostaje se ubica de manera fija en la segunda sección de la Unidad Habitacional Nonoalco-Tlatelolco, y se considera que su operación no sólo trascienda los límites temporales del proyecto Residual, sino que eventualmente pueda ser replicada.

Durante toda su vida Thomas Stricker (San Galo, Suiza, 1962) ha realizado compost a partir de los desechos orgánicos generados en su hogar por medio de una técnica aprendida de sus padres. Además, pudo acercarse a los conocimientos y experiencia de su madre, pues ella inició, estableció y dirigió varios grupos de compostaje en diferentes zonas de Suiza. El artista compiló todo este „conocimiento familiar“, tanto de manera visual como escrita, y lo distribuyó por medio de diferentes carpetas y talleres en forma teórica y práctica a los vecinos que conforman el grupo de composteros de Tlatelolco.

La Unidad Habitacional de Nonoalco-Tlatelolco fue construida en los años cincuenta en la céntrica Delegación Cuauhtémoc, y está conformada por una serie de edificios funcionalistas con 15,000 viviendas en total. Una de las áreas verdes ubicadas entre los edificios de esta unidad habitacional, que constituía un espacio semi-público y desaprovechado por los vecinos, resultó el lugar idóneo para la construcción de la planta, pues ofrecía las dimensiones necesarias, al igual que los residuos de jardín bajos en nutrientes que se requieren para hacer compost.

Gracias a la planeación integral y a la instalación, casi escultórica, de una valla, una puerta, adoquinado, una caseta para herramientas y contenedores para compost, el artista llevó a buen término la transformación del lugar. El área verde cuenta ahora incluso con un jardín frutal, cuando antes funcionaba sobre todo como retrete para los perros. Rápidamente el espacio fue asimilado por los habitantes de la zona, quienes participaron en el remozamiento de los alrededores y en el sembrado colectivo de plantas. Ésta es una señal positiva para Tlatelolco, una parte de la ciudad asociada mentalmente a asuntos negativos, como la masacre de 1968, el terremoto de 1985, al igual que por su desintegración y criminalidad.

La tierra nueva de Tlatelolco, el producto resultante del compostaje, estimuló a muchos de los composteros a involucrarse, así como a concebir y utilizar la planta como „suya“. Que la planta de compostaje se encuentre en Tlatelolco le atribuye un significado especial, pues justamente ahí, en tiempos prehispánicos, existió el más grande mercado basado en el trueque de todo el continente. En náhuatl, Tlatelolco significa „el arte del intercambio“, con lo que el proyecto se sitúa al mismo tiempo en medio de la escultura social, en su inicio, gracias a ese intercambio, y devolviéndole a la naturaleza lo que hemos tomado de ella, también en el cierre del ciclo, por medio del compostaje.